La moneda fiduciaria no implica un tipo de cambio fijo. De hecho, las monedas fiduciarias son compatibles con un régimen de tipo de cambio flotante, en el que el valor de una moneda se determina en los mercados de divisas.

Los tipos de cambio flotantes tienen estas principales ventajas:

• No hay necesidad de una gestión internacional de los tipos de cambio: a diferencia de los tipos de cambio fijos basados ??en un estándar metálico, los tipos de cambio flotantes no requieren que un administrador internacional como el Fondo Monetario Internacional revise los desequilibrios de la cuenta corriente. Bajo el sistema flotante, si un país tiene grandes déficits en cuenta corriente, su moneda se deprecia.

• No es necesaria la intervención frecuente del banco central: los bancos centrales con frecuencia deben intervenir en los mercados de divisas bajo el régimen de tipo de cambio fijo para proteger la paridad del oro, pero ese no es el caso bajo el régimen flotante. Aquí no hay paridad que mantener.

• No es necesario aplicar restricciones elaboradas a los flujos de capital: es difícil mantener la paridad intacta en un régimen de tipo de cambio fijo mientras los flujos de cartera entran y salen del país. En un régimen de tipo de cambio flotante, los fundamentos macroeconómicos de los países afectan el tipo de cambio en los mercados internacionales, lo que, a su vez, afecta los flujos de cartera entre países. Por tanto, los regímenes de tipo de cambio flotante mejoran la eficiencia del mercado.

• Mayor aislamiento de los problemas económicos de otros países: bajo un régimen de tipo de cambio fijo, los países exportan sus problemas macroeconómicos a otros países. Suponga que la tasa de inflación en los EE. UU. Está aumentando en relación con la de la zona euro.

  Bajo un régimen de tipo de cambio fijo, este escenario conduce a una mayor demanda estadounidense de bienes europeos, que luego aumenta el nivel de precios de la zona euro. Sin embargo, bajo un sistema de tipo de cambio flotante, los países están más aislados de los problemas macroeconómicos de otros países. En cambio, una inflación estadounidense en aumento deprecia el dólar, frenando la demanda estadounidense de bienes europeos.